Tomado del artículo de Dave Hunt, "Biblical Redemption/Atonement", 1ª Parte,
en el “Berean Call”, con fecha de 1 de Agosto del 2002. Traducido por mvltiversal at gmail d0t com
-----------------------------------
La primera ley de la termodinámica declara que la energía, que es de lo que está hecho el universo, no puede ser ni creada ni destruída. Llegamos a dos conclusiones: que (1) la energía total del universo permanece constante; y que (2) la energía tiene que ser autoexistente y eterna, exactamente lo que la Biblia dice acerca de Dios. ¿Está siendo la energía promocionada como “Dios” por la ciencia?
La segunda ley de la termodinámica declara que mientras que la energía total permanece constante, la energía útil y el orden decrecen contínuamente mientras crece la entropía. El sentido común nos dice que todo fuego acaba apagándose eventualmente. Ni nuestro sol ni el resto de la estrellas arderán para siempre. Hubo un momento en el tiempo en el que no existían ni las estrellas ni la energía de la que están compuestas. Claramente, el universo tuvo un principio, tal como declara la Biblia: “En el principio...” (Gn 1:1).
El conflicto entre éstas dos leyes plantea un serio problema para la ciencia. La energía no pudo haber estado aquí desde siempre como la primera ley declara, o, de acuerdo con la segunda ley, tuvo que haber alcanzado la máxima entropía eones atrás, lo cual no ha sucedido. La contradicción solamente puede ser resuelta de un modo: dado que la energía no pudo haber sido creada de ningún modo conocido por la ciencia, y aún así no siempre ha existido, tuvo que haber sido creada por Dios.
La materia, la vida y la inteligencia no han podido surgir espontáneamente de la nada. Por ello, todo cuanto existe fue creado ya sea por una energía eterna autoexistente, o por una Persona eterna autoexistente. La primera opción queda eliminada por la segunda ley de la termodinámica, porque la energía en sí misma y todas las cosas que produce, sufren un deterioro. Más aún, mientras que la energía es física, existe una demostrable dimensión no-física en la existencia humana. Ni la energía, siendo impersonal, puede crear seres personales como el ser humano.
Somos llevados a la conclusión de que Un alguien siempre ha existido, una Persona infinita sin comienzo ni final, capaz de crear de la nada, el universo al completo y todas la criaturas que se encuentran en él, incluyendo el ser humano. Nuestras mentes finitas no pueden concebir que Dios haya existido siempre. Sin embargo sabemos que Él tiene que existir en eternidad o no existiría nada. Y Él se tiene que encontrar fuera del tiempo debido a un cierto número de razones, incluyendo la libertad de elección humana a pesar de Su precognoscencia, lo cual hemos demostrado en el pasado.
La ciencia nos dice que el universo comenzó con un “Big Bang.” Pero, ¿cuál fue el origen de esa energía? No pudo haber existido siempre o (de acuerdo con la segunda ley) habría alcanzado su máxima entropía antes de haber “estallado.” Obviamente la energía de la cual está hecho el universo comenzó a existir simultáneamente con el universo hace (una cantidad finita de) años. No pudo haber surgido de la nada por medio de ningún proceso natural por lo cual su origen tuvo que ser sobrenatural. Concretamente, la Biblia dice “Dios dijo, Hágase...” (Gn 1:3,6,9,11,14,20, 24,26); “...los mundos fueron creados por la palabra de Dios...” (Heb 11:3a). Que Dios creó el universo a partir de la nada también está claro: “…las cosas visibles no fueron hechas de lo que aparentan” (Heb 11:3b). Le ha llevado a la ciencia miles de años llegar a coincidir con la Biblia.
¿Creó Dios el universo en una repentina ráfaga de energía? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que un “Big Bang” nunca pudo haber producido la digitalmente organizada base de datos que se halla dentro de la célula más simple (del tamaño del punto al final de ésta oración) con la cual comienza cada vida humana. Éste inmenso almacén de información auto-replicante (con enzimas que buscan los errores que se produzcan en la copia y los corrigen) dirige la construcción, operación y diferenciación de decenas de trillones de células tan distintas unas de otras como las del corazón o el pelo, una característica increíble que la ciencia aún no ha comenzado a desentrañar.
Ésas instrucciones escritas están codificadas de tal modo que solamente la proteína correcta (de las cuales hay decernas de miles de tipos distintos) las puede descifrar. Darwin no sabía nada del ADN o de la estructura y operaciónes de la célula, cuyo conocimento actual ha relegado su teoría de la evolución al vertedero de los absurdos, al cual pertenecía desde el principio. Si la célula más simple fuese desintegrada en sus componentes químicos, la probabilidad de que volviese a integrarse de la forma correcta es 1 de entre un 1 seguido de 100.000.000.000 de ceros, y el cuerpo humano tiene trillones de células.
Con una retina que resuelve en una fracción de segundo complejas ecuaciones que le llevaría a un superordenador 100 años, las 100 millones de células fotosensibles del ojo humano envían información a través de las millones de fibras del nervio óptico hacia el cerebro. No podemos crear instrumentos ópticos que siquiera se aproximen al ojo humano. Un pez estrella recién descubierto, posee más de mil ojos, cada uno con una lente al menos diez veces mejor que cualquier cosa que la ciencia haya sido capaz de construír ¿y todo ésto evolucionó independientemente y sin embargo simultáneamente por casualidad? ¡Por favor!
El cerebro humano, con sus 100 billones de células nerviosas enlazadas por 240.000 millas de fibras nerviosas y 100 trillones de conexiones, con una capacidad de almacenaje 1.000 veces la de un superordenador Cray-2 y operando a mil trillones de operaciones por segundo, es todavía más increíble que el ojo, cuyos impulsos ópticos son traducidos en imágenes tridimensionales con respecto a las cuales reacciona instantáneamente con numerosas partes del cuerpo. ¿Y todo ésto fue producido por un “Big Bang” además de la casualidad, tras eones de tiempo y superviviencia del mejor? Pero antes de que funcionasen, el ojo y el cerebro no podían ayudar en la superviviencia, por ello la “evolución” que supuestamente llevó a la creación de éste increíble sistema óptico/inteligente ¡produjo millones de estados intermedios en la sucesión correcta por pura casualidad sin ninguna “superviviencia del mejor”! Sin embargo, a pesar de toda evidencia de lo contrario, ¡la evolución sigue siendo promocionada como un hecho por lo medios y enseñada, de hecho obligatoriamente, en nuestras escuelas!
En lugar de un espontáneo “Big Bang” de energía previamente no existente que repentinamente se creó a sí misma, la Biblia nos presenta al Creador, un Dios personal que siempre ha existido y que fue capaz de crear el universo a partir de la nada mediante la palabra hablada.
La ciencia y la razón demandan la existencia del mismo Dios que nos presenta la Biblia.
En contrarste con los lamentables dioses de las religiones del mundo que mantienen a sus seguidores en la oscuridad, la superstición y el miedo, la Biblia describe a Dios exactamente tal y como debe ser: autoexistente (“Soy lo que Soy” - Éx 3:14), eterno (“el eterno Dios es tu refugio” - Deu 33:27; “de eternidad en eternidad, tú eres Dios” - Sal 90:2); y como un Ser personal que tiene voluntad (“esta es la voluntad de Dios” - 1 Tes 4:3; 5:18; “por la voluntad de Dios” - Efe 1:1; Col 1:1; 2 Tim 1:1; y muchos otros versículos), que piensa (“mis pensamientos no son tus pensamientos” - Isa 55:8), siente emociones personales (“Dios está enfadado con los pecadores todos los días” - Sal 7:11; “le amamos, porque primero Él nos amó” - 1 Jn 4:19; “Yo estaba triste con esa generacíón” - Heb 3:10, etc.), y habla (“el Señor habló” es encontrado 144 veces, y "la palabra del Señor" aparece 258 veces en las Escrituras, etc.)
A excepción de las cualidades únicas de Dios (autoexistencia, omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, perfección, ausencia de pecado, etc.), el hombre refleja, aunque imperfectamente, éstas características de Dios. “Dios creó al hombre a su propia imagen…” (Gen 1:27), pero no físicamente, porque Dios “es un Espíritu” (Jn 4:24). Por ello el hombrte tendrá que ser también un espíritu viviendo en un cuerpo físico. No hay otra explicación para las habilidades intelectuales del ser humano (para crear ideas conceptuales y expresarlas en palabras, etc.) puesto que la inteligencia, los pensamientos, la voluntad, las emociones, etc. no son físcas sino espirituales. Éste hecho fácilmente demostrable (hecho que tratamos a continuación en las preguntas y respuestas [N.T.: No incluído]) implica serias consecuencias de las cuales la muerte física no proporciona escapatoria: “...ha sido designado para el hombre morir, y tras ésto el juício” (Heb 9:27); “...el hombre rico también murió, y fue enterrado; y en el infierno levanta la mirada, hallándose en tormentos...” (Luc 16:22,23).
Hemos demostrado en el pasado que el hombre es un alma y espíritu no físcos viviendo en un cuerpo físico (“y ruego a Dios que todo tu espíritu y alma y cuerpo...” - 1 Tes 5:23). Cuerpo, que siendo material, está sujeto a la segunda ley arriba indicada, comenzando a morir desde el nacimiento, deteriorándose y eventualmente retornando al polvo: “...polvo eres, y al polvo volverás” (Gen 3:19).
Pero la parte espiritual del hombre que piensa y toma decisiones–el alma y espíritu del hombre, invisible para los ojos físicos–no está sometido a la entropía y tiene que continuar existiendo para siempre. Como Pablo declaró, “porque las cosas que se ven son temporales; pero las cosas que no se ven son eternas” (2 Cor 4:18). El hecho de que la muerte no termina con la existencia humana conlleva increíbles consecuencias eternas. Dios es perfectamente santo y por su misma naturaleza debe castigar el pecado desterrando al pecador de su presencia.
El pecado es definido como que “no alcanza la gloria de Dios” (Rom 3:23). Cuando Adán y Eva pecaron, inmediatamente “supieron que estaban desnudos...” (Gen 3:7a). No fue que descubrieron repentinamente que nunca habían llevado ropa, sino que habían sido despojados de la gloria espiritual que los vestía desde su creación a imagen de Dios.
Su sensación de desnudez era un nuevo y temeroso reconocimiento de la santidad de Dios en contraste consigo mismos como rebeldes pecadores: “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquél con el que tenemos que ver” (Heb 4:13). Adán y Eva “cosieron hojas de higuera [como] delantales” (Gen 3:7b). Incapaces de tapar su desnudez espiritual, ellos “se escondieron de la presencia del Señor entre los árboles del jardín” (vers. 8).
Dios les había dado el mandamiento más sencillo posible: no comer de uno–solo uno, de los miles de árboles del jardín en el que Él los había puesto. El Espíritu de Dios se había apartado de sus sediciosos espíritus, trayendo consigo una inmediata muerte espiritual, la cual también afectaba a sus cuerpos resultando finalmente en la muerte física. Éste duro castigo no fue por “robar un poco de fruta” sino por rebelarse contra Dios.
Adán y Eva fueron expulsados del Jardín del Edén, no fuese que “tomasen también del árbol de la vida, …y viviesen para siempre” (Gen 3:22). Mientras que el fruto físico de aquél árbol especial, si era comido contínuamente, podía haber hecho vivir sus cuerpos para siempre, no podía restaurar la vida espiritual trayendo de vuelta a sus espíritus el Espíritu de Dios. Dios no perpetuaría al ser humano en su condición pecaminosa. ¡Cuánto peor sería el hombre si supiese que nunca moriría!
A pesar del pecado del ser humano, Dios le ama y “no desea que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan” (2 Pe 3:9). En amor infinito, El querría que "todo hombre se salvase, y llegase al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2:4). Él desea para toda la humanidad una completa y eterna restauración total a la gloria en la cual Adán fue creado-y en un nuevo universo donde el pecado nunca pueda entrar.
¿Pero como se puede realizar ésto?
Dios no puede “limpiar a los culpables” (Éx 34:7). ¿No puede? (véase “Lo que un Dios Soberano no puede hacer,” TBC, Feb ’01) ¿No es omnipotente? Si, pero Él tambien es perfectamente justo. El amor de Dios, su compasión y merced, no pueden pasar por encima de su justicia, que no permitirá al pecado ser perdonado injustamente. Tampoco la integridad de Dios le permite echarse atrás en su palabra cuando dice que “El castigo por el pecado es la muerte” (Rom 6:23).
El perdón del Hombre y su restauración tiene que ver con la misma naturaleza de ambos, Dios y hombre. No es una mera forma de hablar decir que el hombre fue hecho “a imagen de Dios.” A menudo hemos utilizado la analogía de un espejo, que existe únicamente para reflejar otra imagen. Hay que darse cuenta de la insensatez del engaño popular que existe, incluso entre los evangelistas, acerca de desarrollar una “imagen positiva de uno mismo.” ¡Cuánta vanidad y orgullo para un espejo, preocuparse de “su propia imagen”! Más bien, el espejo ha sido diseñado para reflejar la imagen del cual necesita exhibir un parecido fehaciente.
El ser humano pecador debe reconciliarse con un Dios santo, y debe ser traído de vuelta hacia una relación íntima de modo que la misma vida de Dios se convierta de nuevo en la vida del ser humano si no el terrible destino del hombre será eterno. Los primeros tres capítulos de la Biblia hablan de la creación del ser humano a imagen y semejanza de Dios y de la desfiguración, deformación y profanación de esa imagen a través del pecado del ser humano y de su separación de Dios. El resto de la Biblia trata por completo acerca de la reconciliación del hombre con Dios.
Ésta reconciliación llega mediante lo que la Biblia llama “redención” y “expiación.” Es una emocionante historia de amor de la buena voluntad de Dios de dejar Su gloria para convertirse en hombre a través de un nacimiento virginal, ser rechazado, incomprendido, odiado, falsamente acusado, burlado, azotado y clavado en una cruz–y mientras Él colgaba de ella, tomar sobre sí mismo los pecados del mundo, sufriendo el castigo por toda la humanidad, castigo demandado por su perfecta justicia.
Ésta historia de amor involucra a Uno que es llamado “el segundo hombre… el último Adán” (1 Cor 15:45-47). Desde Adán, nadie que haya caminado sobre la tierra había sido un hombre tal como Dios quería, hasta que Cristo nació en Belén de la virgen María. Él es el progenitor de una nueva raza y de ese modo Él es el segundo Adán. Pero como nunca más habrá otro, Él es llamado “el último Adán.”
Cuando Adán fue expulsado del jardín, Dios protegió el árbol de la vida con “Querubines, y una espada llameante" (Gen 3:24). La humanidad huyó de esa espada quejándose de la dureza de la “pena de muerte” decretada por Dios sobre los pecadores. Con amor, el segundo hombre, el último Adán, Jesús Cristo nuestro Salvador y Señor, tomó en Su corazón esa espada del juício de Dios por nosotros. De éste modo Él se convirtió en “el camino, la verdad, y la vida” que por sí solo lleva al ser humano de vuelta a Dios (Jn 14:6).